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lunes, 29 de abril de 2013

La Ley Seca o cómo el Estado se equivocó prohibiendo el alcohol



A veces, el Estado prohibiendo mediante leyes ciertos sectores puede crear el efecto contrario al que se intenta conseguir. El ejemplo los tenemos en la Ley Seca.


Sectores conservadores ya venían reclamando desde el siglo XIX la prohibición de la venta y distribución del alcohol. En concreto fueron los protestantes anglosajones los que impulsaron esta medida que llegó a la prohibición estatal con la Ley Volstead que prohibió la venta, producción, exportación e importación. No prohibió el consumo, pero fue precisamente dicha ley la que lo incentivó porque algo que se prohíbe y llega a ser tabú es más atractivo socialmente teniendo un valor añadido e incluso psicológicamente lleva al individuo a pagar mucho más dinero por conseguirlo. Hubo garitos clandestinos donde se servía a raudales e incluso propició un aumento del consumo.


Es fácil de entender desde un punto de vista no solo psicológico pues la Ley Seca, al prohibir el alcohol y no poder dar respuesta a la demanda existente,  favoreció la generación de dinero negro y mercados negros, que consiguieron el licor en otros lugares donde se producía, lo introducían ilegalmente y lo vendían para satisfacer tal necesidad a un precio más alto, debido a que la demanda seguía siendo más alta que la oferta.


Y eso fue precisamente lo que se consiguió: que mafias como la de Al Capone se embarcaran en la venta clandestina que propició que el precio del alcohol se disparase y la anarquía callejera del hampa en ciudades como Chicago registrasen un incremento del crimen organizado, incrementándose notoriamente la delincuencia.


Antes de la prohibición había 4.000 reclusos en todas las prisiones federales, pero en 1932 había 26.859 presidiarios, síntoma que la delincuencia común había crecido gravemente, en vez de disminuir.


Los sectores protestantes, tan afines a la tradición y al intervencionismo estatal por puritanismo hipócrita, algunos de ellos ahora con proclamas liberales travestidas, cuando son eminentemente neoconservadores, fueron los que quisieron erradicar un problema en EEUU haciendo al Estado el garante de la seguridad de sus calles mediante un decremento de la delincuencia. Al final lograron la anarquía guerrillera de bandas rivales por el control del alcohol.


Y es que el Estado debe estudiar a fondo medidas de calado prohibitivas. El individuo es libre de tomar alcohol si lo desea, ahí lo tiene en los bares, cafeterías y supermercados. La persecución es la causa del tabú por obtenerlo y eso hace incrementar su precio e incluso su demanda. A mi particularmente nunca me ha gustado el alcohol y no suelo tomarlo a veces ni en Navidades. Una vez probé un trago de whisky con 13 años y me dio para atrás y fue tal la repugnancia que sentí, yo solo al cogerlo del armario del comedor, que pensé “¿Y esta mierda bebe la gente? ¡Qué asco! Pero por que a mí no me guste, no se puede prohibir, pues vemos que el efecto es contrario al objetivo deseado.

En algunos países musulmanes sí existe una total prohibición del alcohol, pero, como en todas partes, los alcohólicos disfrutarán de sus brebajes en total discrección sin que se enteren los jerifaltes de su religión.